Christopher Tolkien, ‘El Silmarillion’
«… al cabo [Feänor] hizo los Silmarils.
Los Silmarils tenían la forma de tres grandes joyas. Pero no hasta el Fin, cuando regrese Feänor, que pereció antes de que el Sol apareciese, y que se sienta ahora en las Estancias de Espera y no vuelve entre los suyos; no hasta que el Sol transcurra y caiga la Luna, se conocerá la sustancia de que fueron hechos.»
El Silmarillion, cap. 7
Christopher Tolkien, el tercer hijo de J.R.R. Tolkien y editor de la mayoría de sus obras póstumas, escribió esta breve reseña acerca de El Silmarillion y de su concepción, en el momento de la publicación del libro, en 1977, cuatro años después de morir el autor .
Para la mayoría de quienes le conocen, es probable que el nombre de Tolkien les remita a los «Hobbits». Sin embargo, son muchos quienes lo relacionarían más bien con «la Tierra Media», refiriéndose a este gran mundo imaginario, poblado por Elfos, Enanos, Ents, Hombres de diversas culturas y Orcos, por el que se abre paso la Comunidad del Anillo durante su búsqueda. De hecho, también está poblado por Hobbits, pero sólo en una pequeña región llamada la Comarca.
La Tierra Media ofrece un rico paisaje, formado por cordilleras, llanuras, bosques y ríos; pero su mayor riqueza reside en su pasado, en sus antiguos caminos y ciudades en ruinas, en sus antiguos campos de batalla y sus impresionantes construcciones de piedra, nombradas en diferentes lenguas. No obstante, en El Señor de los Anillos hay también alusiones a un pasado mucho más remoto, a tierras y ciudades que no figuran en el mapa que acompaña al libro; e incluso algunos personajes de la historia lo rememoran, como si lo hubieran conocido y visto con sus propios ojos.
Así pues, la memoria de Elrond se remonta a tiempos tan lejanos, que cuando evoca «la gloria de los Antiguos Días y las huestes de Beleriand», Frodo, el Hobbit, se queda totalmente asombrado; y Bárbol, el viejo Ent, canta a los bosques desaparecidos, donde antaño se podía pasear: «Y todas aquellas tierras yacen ahora bajo las olas».
Ambos evocan tierras, ciudades y acontecimientos que se relatan en El Silmarillion. Así bien, El Silmarillion es una crónica de los Días Antiguos o Primera Edad del mundo, mientras que El Señor de los Anillos narra el final de la Tercera Edad. La mayor parte de esta historia transcurre en una región de la Tierra Media llamada Beleriand.
Beleriand se extendía más allá de las Montañas Azules, que aparecen en el extremo noroeste del mapa de El Señor de los Anillos; pero quedó sumergida en el mar durante la apocalíptica batalla que marcó el final de la Primera Edad.
Sin embargo, los dos libros son muy diferentes. En El Silmarillion, destaca ante todo, la ausencia de Hobbits. Estos personajes, que se caracterizan por su alegría, su hábito de fumar en pipa y su aspecto rústico, se quedan asombrados por la realidad del mundo exterior y por su historia, tan a menudo, que terminan por ensanchar sus horizontes.
Incluso los Hombres no aparecen en la historia de la Tierra Media durante un largo periodo de la narración. Porque la historia que cuenta El Silmarillion, es, ante todo, la de los Elfos, tal y como la perciben a través de sus propios ojos. Este libro presenta las tradiciones vinculadas a sus orígenes, así como aquel peculiar destino que les distingue de los otros seres.
Por tanto, El Silmarillion es la fuente primaria de este inmenso proyecto fundado sobre la imaginación, a partir del cual se desarrolla El Señor de los Anillos. Los Elfos ya existían desde los orígenes de este mundo, y, a través de ellos, se atisban algunas de las convicciones estéticas y filosóficas principales del autor.
Además, mientras que toda la acción de El Señor de los Anillos transcurre en un intervalo de veinte años, y su narración destaca por poseer un ritmo muy precipitado, debido a la presión y al miedo suscitados por acontecimientos imprevisibles e inminentes; El Silmarillion abarca largos siglos. Las palabras que mejor ilustran su tono y su atmósfera elegíaca son las que pronunció mi padre a propósito de Beowulf, el poema en inglés antiguo: «su creador estaba hablando de cosas ya antiguas y cargadas de añoranza, y empleó todo su arte para conseguir que ese toque de profunda tristeza que embarga el corazón, punzante y lejana, se hiciera más intenso».
De hecho, El Silmarillion se inicia en la génesis, con el mito élfico de la creación del mundo, y continúa relatando las terribles guerras que estallaron en el origen de los tiempos, cuando Morgoth, la encarnación del mal en este mundo, trata de imponer su dominio en la Tierra Media a expensas de los otros dioses. Porque en El Silmarillion hay todo un panteón de dioses apenas atisbado en El Señor de los Anillos, los cuales poseen poderes y rasgos absolutamente únicos.
Más adelante, describe el nacimiento de los Elfos en la Tierra Media y cómo son llamados a vivir junto a los dioses, en Valinor, lugar paradisíaco situado en el extremo oeste, más allá del mar. A continuación, se relata la fabricación de los Silmarils, joyas que albergaban en su interior la luz de los Dos Árboles de Valinor, la obra más perfecta jamás realizada por los Elfos, y su robo, efectuado por Morgoth; la rebelión de los Elfos contra los dioses, y su partida de Valinor hacia la Tierra Media, para librar guerra contra el Señor Oscuro.
A partir de aquel momento (citando de nuevo el ensayo de mi padre titulado Beowulf), «el desastre se presiente. El tema es la derrota.» El Silmarillion realiza una crónica histórica de la ruina de los Elfos de Beleriand, de su infortunio en el combate, de la valentía que demuestran al tratar de recuperar los Silmarils o al defender lo que edificaron, así como de la destrucción de sus grandes fortalezas, una tras otra, por el fuego, desde el exterior; o por la traición, desde el interior.
Varios hilos narrativos se entrelazan en un relato complejo: los efectos de la maldición de los dioses sobre los Elfos tras su rebeldía, o el juramento blasfemo pronunciado por el creador de los Silmarils y sus hijos, a través del cual se proclaman poseedores de los Silmarils para siempre; las maniobras misteriosas de Ulmo, el dios del mar, para levantar una nueva esperanza de las ruinas; y el poder que tienen los Silmarils de ir a favor del Bien o del Mal.
He dado a entender que El Silmarillion constituye una parte esencial de la larga historia que termina con la partida de los Portadores del Anillo de los Puertos Grises, en el último capítulo de El Señor de los Anillos. Esta historia comenzó hace mucho tiempo, así como lo hizo patente mi padre. La frase: «En un agujero en el suelo vivía un hobbit», marca, por supuesto, la aparición de los Hobbits, pero no es, en absoluto, el comienzo del «mundo en el cual se introduce Bilbo, el Hobbit».
El más antiguo de los cuentos, que más adelante se convertiría en El Silmarillion, la historia de la caída de Gondolin, fue escrito durante la Primera Guerra Mundial. Mucho tiempo después, mi padre recordó haberlo redactado mientras lo tenía escrito «en su mente», durante una baja por enfermedad que le permitió dejar el ejército en 1917; y en una carta que me escribió, evoca el nacimiento de El Silmarillion en «cabañas del ejercito, atestadas, llenas de los ruidos de los gramófonos», y, de hecho, algunos versos en los que aparecen los Siete Nombres de Gondolin están garabateados al dorso de un pedazo de papel en el que se enumera la cadena de responsabilidades en un batallón.
Esta historia, así como las que siguieron a continuación, no se perdió en el transcurso de los años, sino que aún sigue existiendo, escrita con rapidez en deterioradas libretas de notas, y sólo puede descifrarse con paciencia y una lupa.
Cincuenta y seis años después de que muriera mi padre, estas historias permanecían inconclusas. Durante casi veinte años, después de la publicación de El Señor de los Anillos, en 1954-1955, mi padre siguió trabajando en «el material de la Tierra Media», hasta un grado de complejidad y de profusión que le resultó imposible de sobrepasar, con sus fuerzas en declive. El Silmarillion precede a El Señor de los Anillos, y también lo continúa. ¡Mi padre, para describir esta atípica situación, y con ánimo de precisar la relación entre los dos libros, acuñó el sorprendente término de prequel! («precuela» en español)
El Silmarillion, como había de ser publicado, se remonta, en sus elementos fundamentales, a las versiones más antiguas: la Tierra de los dioses en el Oeste, más allá del mar; la ciudad secreta de Gondolin, escondida y protegida por las montañas que la rodean, el reino silvestre de Doriath; la fortaleza del Señor Oscuro, en Angband, en el Norte; y muchas leyendas, como la luz de los dos árboles de Valinor, encerrada en los Silmarils; el despertar de los Elfos en la Tierra Media; la historia de Beren y Lúthien o la de Túrin experimentaron pocos cambios fundamentales respecto a las primeras versiones.
A medida que pasaba el tiempo, todos estos elementos permanecían en la mente de mi padre: no eran conceptos acabados, dejados a espaldas del autor para iniciar una creación nueva y diferente, sino fuentes inalterables de energía creadora, un corpus estable de leyendas, que daban luz a otras ficciones, susceptibles a su vez de ser exploradas para encontrarles nuevos significados e interpretaciones (Cuando, en El Señor de los Anillos, Aragorn cuenta la historia de Beren y Lúthien para intentar disipar el miedo de sus compañeros, en el Monte Ventoso, se trata realmente de una antigua historia, y no de una historia compuesta especialmente para proporcionar una apariencia ficticia de antigüedad).
Estas leyendas podían incluso experimentar diversos cambios: bajo la forma de versiones más largas o más breves, de amplios poemas de métrica variable, que podían a su vez ser acortados en versiones en prosa (es lo que sucede, por ejemplo, con la historia de Beren y Lúthien en el El Silmarillion), o ser presentadas como anales históricos de las crónicas eruditas de los pueblos por venir, mucho tiempo después.
No obstante, si esta «mitología» se arraigó progresivamente en un pasado imaginario auténtico (aquel mismo que, en textos ulteriores, los grandes protagonistas de la Tercera Edad contemplan retrospectivamente con reverencia y temor), y si, por tanto, se disoció de mi padre, era evidentemente el fruto de su propia imaginación, y en cierta medida, de la imaginación de su juventud. Además, como no fue nunca publicada, no llegó a lograr una forma fija y definitiva distinta de la que se encuentra en sus manuscritos personales. Al ser al mismo tiempo creador e intérprete, mi padre tenía absoluta libertad en el desarrollo, era libre de concebir nuevos detalles, de suprimir viejos temas y descubrir otros nuevos. Digo «descubrir» porque así percibía las cosas. Como dijo una vez: «tuve siempre la sensación de registrar algo que ya estaba «allí», en alguna parte, no de «inventar»».
En las notas que escribía como conversaciones privadas, o maneras de reflexionar «en voz alta», se expresaba como si la mejor solución a un problema fuera adentrarse con más profundidad en su núcleo, como si una contradicción pudiera ser resuelta a partir de lo entonces conocido. En raras ocasiones mostraba una autocrítica hacia su trabajo, escribiendo «Esto no vale» o «Tengo que deshacerme de eso». Todo era, sin embargo, sometido a un examen muy minucioso, algunas cosas no coincidían, otras eran suprimidas, pero, en general, procedía realizando sutiles transformaciones, más que rechazándolo sin miramientos, por lo que el estudio del crecimiento de estas leyendas nos parece comparable al de pueblos reales, el cual es fruto de numerosas mentes y generaciones.
Al fallecer mi padre, la multitud de textos relacionados con las Tres Edades representaba una cantidad sumamente importante (su narración se desarrolló a lo largo de toda su vida), desordenada, abarcando más comienzos que conclusiones, y su contenido iba de versos heroicos compuestos empleando el metro aliterado en inglés antiguo a agudos análisis históricos, extremadamente complejos, de sus propias lenguas. Aquel conjunto formaba un amplio repertorio, un laberinto de historias, de poemas, de filosofía y de filología. Por supuesto, el resultado de todo aquello no constituía El Silmarillion propiamente dicho: éste tenía una estructura definida. Pero, al encontrarse en fase de desarrollo, «olas» de revisiones de sus textos se esfumaron, o fueron reinterpretadas por otras olas, lo que ocasionó una falta de coherencia recurrente y multitud de versiones paralelas, a menudo divergentes en momentos cruciales de la historia.
Darles una forma publicable resultó ser un trabajo muy absorbente y angustioso, por la responsabilidad que suponía aquel texto único en su género. No fue fácil elegir la forma de entrega; y por un tiempo, traté de construir una obra que se hiciera parcialmente eco de esta diversidad, de esta evolución inconclusa y de sus múltiples ramificaciones. Pero se me hizo evidente que el resultado sería tan complejo que su comprensión requeriría largos estudios, y, en consecuencia, temí hundir El Silmarillion bajo el peso de su propia historia.
Por lo tanto, me puse a trabajar en un texto único, seleccionando y disponiendo el material del modo que me pareció más ordenado. Es imposible intentar dar una idea acerca de cómo procedí en pocas palabras; basta con decir que El Silmarillion es indudablemente el libro de mi padre, en el sentido pleno de la expresión, y, de ningún modo, el mío.
Aquí y allí, tuve que desarrollar la narración desde notas y borradores, elegir entre versiones incompatibles y numerosos cambios de detalles, y en los últimos capítulos (que habían permanecido casi intactos durante muchos años) tuve a veces que remodelar la historia para que quedase coherente. Pero, básicamente, mi trabajo fue reorganizar este libro, y no terminarlo.
Al final de la obra, aparecen dos relatos breves e independientes, de acuerdo con la intención expresada por mi padre.
El primero, Akallabêth o La Caída de Númenor, es una leyenda «Atlantis»:
Los Hombres que permanecieron fieles a los dioses durante la guerra contra Morgoth recibieron, en recompensa, mayor longevidad y el derecho a vivir en la isla de Númenor, situada entre la tierra Media y Valinor, la tierra de los dioses; pero, engañados por Sauron, se deshicieron de aquella recompensa tratando de escapar a la muerte (Sauron, al principio servidor de Morgoth, se convertirá más tarde en la más poderosa fuerza maléfica de la Tierra media: El Señor de los Anillos).
El último rey Númenóreano, reúne entonces una enorme armada contra Valinor, en un intento demencial por conquistar las Tierras Inmortales, pero un gran abismo se abre en el mar, y Númenor, al borde de la grieta, se derrumba y desaparece sumergido en las aguas. Tras este cataclismo, puesto que Valinor se esfuma «en el reino de las cosas escondidas», no queda ningún lugar sobre la Tierra donde los dioses puedan residir; y si los Hombres navegaban hacia el oeste, no lograban acercarse a la tierra de los dioses, porque el mundo se había vuelto redondo. «Y los que viajaban más lejos todavía sólo trazaban un círculo alrededor de la Tierra para volver fatigados por fin al lugar de partida; y decían: – Todos los caminos son curvos ahora». Los Elfos que permanecieron en la Tierra Media fueron los únicos a los que se les permitía navegar, hacia el Antiguo Occidente, siguiendo el «Camino Recto».
La segunda de estas dos obras breves se llama De los Anillos del Poder.
Narra, de la misma manera que El Silmarillion, los grandes acontecimientos de las Edades posteriores. Al incluir también este volumen, la Guerra del Anillo se ubica de nuevo en el contexto general de la Historia de los Eldar, los Altos-Elfos, en la Tierra Media. Así pues, el libro concluye de un modo más firme que El Señor de los Anillos, aunque ambos terminen en el mismo punto, con la partida de la nave blanca desde los Puertos Grises, el final de la historia.
«En el crepúsculo del otoño partió de Mithlond, hasta que los mares del Mundo curvo cayeron por debajo de él, y los vientos del cielo redondo no lo perturbaron más, y llevado sobre los altos aires por encima de las nieblas del mundo, fue hacia el Antiguo Occidente, y el fin llegó para los Eldar de la historia y de los cantos».