Nicole Guedeney, ‘El Señor de los Anillos, o cómo sobrevivir al miedo y a la desesperación’
The arm of Sauron
La teoría del apego estudia lo que permite, a lo largo de la vida del ser humano, regular las emociones de aflicción y miedo, y enfrentarse a situaciones de riesgo o desamparo, respaldándose en el vínculo que se establece con personas específicas, que son las figuras de apego. La teoría del apego no es una teoría general sobre el funcionamiento humano: sólo es pertinente cuando enfrentamos situaciones de temor y desamparo.
Las emociones negativas experimentadas por los personajes de El Señor de los Anillos
El miedo es la emoción básica producida por cualquier situación de alarma. En El Señor de los Anillos las situaciones de peligro y amenaza provocadas por los clásicos estímulos ansiogénicos son constantes. De hecho, todo lo que evoca la noche, la oscuridad o las tinieblas suscita la angustia. El estado de soledad representa para los héroes una situación de peligro. Encontramos, asimismo, estímulos muy específicos ante lo extraño y lo desconocido. Por último, las separaciones más prolongadas de lo deseado por los héroes o las amenazas de separación representan también una situación de alarma. Tolkien detalla el registro del miedo en cada una de sus facetas, desde la simple inquietud hasta el terror paralizador, con una repetición casi obsesiva que invade tanto a los héroes como a los lectores. Todos los personajes sienten el mismo temor, incluso los más heroicos, como Aragorn o Gandalf, o los más poderosos, como Elrond.
Las emociones vinculadas al desamparo y a la vulnerabilidad también son experimentadas por todos, es decir: la desesperación o aflicción, la tristeza, el desaliento, el cansancio, la sensación de vulnerabilidad o de impotencia y, al fin el sentimiento de abandono. El temor y el desamparo están a menudo asociados en una misma frase: «terror y muerte»; «horror y desesperación», «aflicción e inquietud», «desasosiego y pena», así como la queja que le formula Frodo a Faramir, durante su encuentro en Ithilien: «Estoy fatigado, cargado de penas, y tengo miedo» (SdlA, Libro IV, cap.5).
Las figuras de apego en El Señor de los Anillos
Contener el miedo o la angustia, aprender a regularlos, para que no le desborde, son acciones esenciales al pleno desarrollo del bebé humano. Al principio de su vida y debido a su inmadurez el niño no puede lograrlo por sí solo. En sus primeros años necesita que los adultos realicen el trabajo en su lugar y, progresivamente, gracias a su ayuda, desarrolla sus propios recursos para alcanzar una verdadera autonomía en el funcionamiento. Estos adultos que cuidan del bebé son sus primeras figuras de apego. Según esta teoría, sentirse apegado a alguien significa buscar a una persona específica en caso de inquietud, capaz de proporcionar por su presencia real o evocada un sentimiento de seguridad. Toda separación de una figura de apego provoca un sentimiento de malestar e inseguridad.
A lo largo de su desarrollo, el niño, el adolescente y, más tarde, el adulto, crea una cantidad de relaciones interpersonales. Estas relaciones tienen diferentes funciones. El apego es una de sus posibles dimensiones. Se pueden experimentar relaciones exclusivamente amorosas o eróticas, o relaciones de amistad, sin esperar que estas personas influyan en nuestro sentimiento de seguridad. Es incluso posible entablar una relación de apego con diferentes personas. Cuyas dimensiones sexuales, apaciguadoras y/o filiales pueden asimismo combinarse en una relación con una misma persona: el ejemplo más común en nuestra sociedad occidental es la relación estable de pareja.
¿Cuáles son los personajes que actúan como figuras de apego en El Señor de los Anillos? Gandalf, Galadriel o personajes de la realeza, como Aragorn y Faramir, son arquetipos de figuras protectoras. El hecho de evocarlas es suficiente en sí mismo para procurar bienestar y sensación de seguridad a los Hobbits, quienes, en consecuencia, encuentran sus propias soluciones. Por ejemplo, cuando Merry está en manos de los Orcos «Una y otra vez, una imagen espontánea se le presentaba de pronto: la cara atenta de Trancos que se inclinaba sobre una senda oscura , y corría, corría detrás.» (SdlA, libro III, cap. 3) o el frasco de luz de Galadriel evocado por Sam:
Y de pronto, mientras seguía allí de pie, envuelto en las tinieblas, el corazón rebosante de cólera y de negra desesperación, le pareció ver una luz: una luz que le iluminaba la mente… vio a la Dama Galadriel de pie en la hierba de Lorien….
« Y para ti, Portador del Anillo, le oyó decir con una voz remota pero clara, para ti he preparado esto.» (SdlA, libro IV, cap. 9)
Saber pedir ayuda y poder proporcionarla son dos facetas igual de importantes en una relación de apego de calidad entre adultos. Varios personajes forman dúos o parejas que se vuelven rápidamente inseparables teniendo un gran apego el uno con el otro. Sam y Frodo, Merry y Pippin, Gimli y Legolas o, en menor medida, Aragorn y Éomer, están unidos por vínculos peculiares, no intercambiables, que proporcionan seguridad sólo por su presencia. Cada uno, a su vez, hace todo lo posible para ayudar al otro; cada uno sabe que puede contar con el otro. ¿Quién sino Pippin hubiera podido encontrar a Merry en el campo de batalla de Pelennor? ¿No es Sam el apoyo incondicional de Frodo, que, a su vez, le ayudó cuando lo necesitaba?
«Pedir ayuda» en situaciones de riesgo o de desamparo…
«Solicitar ayuda cuando es necesario es una motivación humana fundamental», escribió Bowlby, en 1973. Ante una situación de angustia o de desamparo el ser humano busca la proximidad de una figura más fuerte y más sabia que le brinde apoyo y seguridad. Esta motivación se mantiene activa durante toda la vida: el adulto sigue solicitando figuras muy específicas en el seno de sus relaciones, cuando se siente acosado por la duda, la angustia o el miedo, o cuando no logra superar un problema con sus propios recursos.
Todos los héroes necesitan, en un momento u otro, la ayuda de alguien más fuerte o más sabio que ellos. Expresan libremente sus necesidades de apego, es decir, su necesidad de ayuda, sin vergüenza o sensación de debilidad. Piden explícitamente esta ayuda, lo cual es un comportamiento de apego típico; y sufren si no cuentan con este apoyo cuando lo necesitan. En situaciones de peligro o de desamparo, las cuales activan intensamente el sistema de apego, buscan proximidad física, que es la única conducta capaz de regular su estrés y su angustia. Recordemos esa hermosa escena, en la guarida de Ella-Laraña, mientras que Sam y Frodo se ven muy afectados por el terror: «Sam se apartó de la pared del túnel y se acercó a Frodo, y las manos de los hobbits se encontraron y se unieron, y así, juntos, continuaron avanzando» (SdlA, libro IV, cap. 9).
… y saber responder a la necesidad de ayuda: el sistema de cuidado
La respuesta que proporciona la persona capacitada para ayudar a esta necesidad juega un papel igual de fundamental. Se alude entonces al sistema de cuidado (caregiving). En este sistema el cuidador ayuda al que debido a su inmadurez o vulnerabilidad necesita ser protegido . Es, por supuesto, una dimensión esencial de los cuidados parentales, pero es también un sistema activo en todas las relaciones humanas.
En El Señor de los Anillos, el cuidador se preocupa de su protegido, cada vez que la situación es potencialmente amenazante. Esta preocupación es aún más intensa cuando el protector está lejos y no puede proporcionar su ayuda. Así ocurre con Gandalf en las puertas de Isengard: «No obstante, en el momento mismo en que decía a Saruman unas últimas palabras, y el Palantir se desplomaba en llamas sobre las gradas de Orthanc, los pensamientos de Gandalf volvían sin cesar a Frodo y Sam» (SdlA, libro IV, cap. 3).
Responder a las necesidades de apego consiste, en primer lugar, en proporcionar una proximidad, física (cercanía corporal), o psicológica, (disponibilidad emocional). Los gestos, el contacto físico cariñoso o protector hacia quien lo necesita o está en situación de inseguridad, son recurrentes en la novela. Poner la mano en la espalda o en la cabeza de otro, coger su mano… Este lenguaje corporal realza los diálogos; gestos como, apoyar, sujetar, retener a alguien se encuentran en no menos de 17 escenas. Las repetidas demostraciones de cariño – como besar la frente, llevar en su regazo, dar caricias de consuelo – dan al lector la sensación de una presencia discreta, pero siempre atenta a las necesidades del otro. Aquel tierno afecto, se encuentra por supuesto en una categoría afectiva muy alejada del registro erótico o amoroso: Pippin muestra protección y consuelo al encontrar a Merry gravemente herido tras el combate contra el Rey Brujo: «Y ayudando a Merry a dejarse caer lentamente sobre el pavimento en un sitio soleado, se sentó junto a él y apoyó en sus rodillas la cabeza del amigo. Le palpó con suavidad el cuerpo y los miembros, y le tomó las manos» (SdlA, libro V, cap. 8).
En el sistema de cuidado, la proximidad se asocia con la capacidad de reconfortar y consolar. Se dice del sistema de cuidado que es un sistema de alerta ante las necesidades de los demás, y esta protección se acompaña de compasión, sensibilidad y piedad.
Esta protección es particularmente decisiva en el cumplimiento de la búsqueda. El hecho de que todos los que se encontraron con Gollum,– bien sea Bilbo, Gandalf, Aragorn, los Elfos silvestres, Faramir y, sobre todo, Frodo y Sam –, se apiadaran de su debilidad y terminaran por protegerle, hizo que Gollum pudiera contribuir a la destrucción del anillo, aunque fuera en contra de su voluntad. Cuando Sam puede finalmente matar a Gollum, el cual los traicionó en Cirith Ungol, detiene su gesto: «Pero en lo profundo del corazón algo retenía a Sam: no podía herir de muerte a aquel ser desvalido, deshecho, miserable, que yacía en el polvo.» (SdlA, libro VI, cap. 3).
‘Shelob’s Lair’
El Señor de los Anillos está marcado por imágenes recurrentes, las cuales recuerdan la absoluta protección que un padre provee a su hijo en una relación segura. Esto se ilustra particularmente en las escenas de adormecimiento. Faramir cuida de Frodo agotado en la cueva de Henneth Annun: «luego, de improviso, viéndolo vacilar, sostuvo a Frodo, lo levantó con dulzura y lo llevó hasta el lecho y allí lo acostó, y lo abrigó» (SdlA, libro IV, cap. 5). Las escenas en las que nos dormimos, arrullados por canciones, historias apaciguadoras o ruidos reconfortantes se repiten; los héroes se duermen con toda tranquilidad en camas mullidas, como en la casa de Tom Bombadil: «los colchones y las almohadas tenían la dulzura de la pluma y las coberturas eran de lana blanca. Acababan de tenderse en los lechos blandos y de acomodarse en las mantas cuando se quedaron dormidos» (SdlA, libro I, cap. 7).
Estas imágenes de un paraíso de la infancia no son necesariamente las de una infancia idealizada. La teoría del apego les da otro significado: para el adulto es una representación de las huellas emocionales y perceptuales que llevamos dentro por haber experimentado en nuestros primeros años de vida momentos en los que nos sentíamos en total seguridad; porque nuestros padres cuidaban de nosotros, y teníamos la certidumbre de estar protegidos pasase lo que pasase y que sabíamos que no nos dejarían solos más tiempo de lo que nos era posible soportar. Sorprendentemente, cuando Frodo, prisionero de los orcos, y Sam vuelven a encontrarse, Frodo «se reclinó en los brazos afectuosos de Sam, y cerró los ojos como un niño que descansa tranquilo cuando una mano y una voz amada han ahuyentado los miedos de la noche.» (SdlA, libro VI, cap. 1).
La Base Segura, la esperanza y la Eucatástrofe
El niño construye una visión segura del mundo, cada vez que recibe la respuesta adecuada de su figura de apego, ante situaciones de angustia o de desesperación.
Las respuestas reconfortantes obtenidas en su búsqueda de proximidad con sus protectores, les permiten a los niños desarrollar gradualmente un sentimiento de seguridad. Estos vínculos de apego fomentan la confianza de los niños en su capacidad de sobrevivir al caos, a la desesperación y al terror. Los niños con apego seguro se muestran confiados y libres para explorar el mundo y desarrollar sus propias capacidades; la figura de apego proporciona una base segura, un remanso de seguridad al que pueden dirigirse los niños cuando lo necesitan.
Para los adultos, esta representación de la base segura puede ser un fenómeno más general, que no está siempre vinculado a relaciones específicas. Podría ser, ciertamente, la manera que tiene Frodo de hablar de la Comarca: «Siento que mientras la Comarca continúe a salvo, en paz y tranquila, mis peregrinajes serán más soportables; sabré que en alguna parte hay suelo firme, aunque yo nunca vuelva a pisarlo» (SdlA, libro I, cap. 2).
El Señor de los Anillos ofrece una visión segura del mundo interpersonal. Las motivaciones relacionadas con el apego y el sistema de cuidado se expresan de manera segura en las conductas, los comportamientos y pensamientos de los personajes. Cada uno de los héroes sabe que siempre podrá contar con alguien que le ayude, si se encuentra petrificado de miedo, dolor o desesperación. La percepción de confianza en el otro esta a priori relacionada en el hecho que éste siempre estuvo cerca cuando lo prometió o cuando le necesitamos. Como le dijo Théoden a Gandalf en la batalla de Helm: «otra vez has vuelto de improviso, en una hora de necesidad» (SdlA, libro III, cap. 6).
La importancia del concepto de esperanza, omnipresente en El Señor de los Anillos, también es característica de esta visión segura del mundo. Siempre habrá una solución y no estamos solos: los otros están potencialmente disponibles y son bondadosos; tenemos valor para ellos y experimentamos un sentimiento de eficacia personal, incluso en situaciones de peligro.
La noción de eucatástrofe de Tolkien, es inherente a El Señor de los Anillos y se destaca en la escritura novelesca perfectamente lograda de guiones «seguros» – elaborados por niños, quienes a partir de guiones difíciles, inventan aventuras, terríficas o inquietantes, pero que siempre terminan bien. Muchos episodios posiblemente aterradores (de los cuales quince implican un peligro extremo) terminan con una nota feliz, los héroes reciben una ayuda inesperada en el momento en que han agotado sus últimos recursos. Este respaldo permite una resolución positiva, momentánea o duradera. ¡Sólo basta recordar las emociones de alivio y alegría que se apoderaron de nosotros en el momento del desbordamiento del río en el Vado del Bruinen o cuando llegan los jinetes de Rohan a los campos de Pelennor!
Del apego seguro al descubrimiento del mundo
No se ha de creer que el apego seguro sea adictivo. Es todo lo contrario, ya que promueve el desarrollo de la autonomía en la relación con los otros. Si las necesidades de apego del niño están apaciguadas, éste se encontrará plenamente libre para explorar el mundo, entender cómo funciona y desarrollar su propio potencial. Los personajes capacitados para ayudar en El Señor de los Anillos, saben a la vez proteger y estimular la confianza en el otro: sólo proporcionan su ayuda cuando es necesaria o solicitada explícitamente. Así le contesta Gandalf a un soldado de Gondor mientras éste le interpela cargado de noticias de desgracia y peligro: «Porque no vengo a menudo, a menos que mi ayuda sea necesaria» (SdlA, libro III, cap. 10).
El cuidador, acompaña a la persona apegada en el descubrimiento de sus propias competencias, protegiéndole de las consecuencias potencialmente negativas de su exploración. Gandalf y los Altos Elfos, por ejemplo, no dan consejos pero insisten en que siempre podrán contar con ellos, para garantizar que las decisiones tomadas no tendrán consecuencias excesivamente negativas para los que las tomen. Gandalf tras haber informado a Frodo de todo lo referente al anillo y mientras espera su respuesta, le dice: «la decisión depende de ti. Pero no olvides que puedes contar siempre conmigo – Puso una mano sobre el hombro de Frodo. Te ayudaré a soportar esta carga todo el tiempo que sea necesario» (SdlA, libro I, cap. 2).
La evolución de los cuatro Hobbits en El Señor de los Anillos es un ejemplo perfecto de la adquisición gradual de autonomía segura, desde la pequeña infancia hasta la edad adulta. En los Libros I y II, los Hobbits son poco autónomos para valerse por sí mismos frente a la adversidad; reciben ayuda de personajes supuestamente más fuertes y sabios, cada vez que están en problemas. Después de su rescate en Fendeval, Frodo le dice a Gandalf con humildad: «No hubiésemos podido sin la ayuda de Trancos. Pero te necesitábamos. Sin ti, yo no sabía qué hacer» (SdlA, libro II, cap. 1). A partir del Libro III, los cuatro hobbits encuentran en ellos recursos crecientes para arreglárselas más o menos solos, sabiendo dónde buscar ayuda. Por ejemplo, Frodo tras el interrogatorio de Faramir: «A punto estuvo de ceder ante el deseo de ayuda y de consejo, de confiarle a este joven y grave… todo cuanto pesaba sobre él. Pero algo lo retuvo. Tenía el corazón abrumado de temor y tristeza: […] sólo él conocía el secreto de la misión” (SdlA, libro IV). En fin, al final del libro VI, los Hobbits regresan más fuertes y sabios a la Comarca, capaces de ayudar a sus compatriotas oprimidos.
Separación y pérdida
Si los vínculos de apego son tan importantes para el desarrollo del niño y para el funcionamiento óptimo del adulto, parece obvio que su pérdida o quebrantamiento será causa de considerables dificultades para los seres humanos. La teoría del apego ha demostrado que cualquier alejamiento o separación sufrida y duradera de nuestras figuras de apego es una fuente mayor de angustia, que se puede observar durante toda la vida. Por ello, Bowlby construyó su teoría a partir del efecto perjudicial sobre el desarrollo del niño, a raíz de las separaciones y pérdidas tempranas.
El tema de la separación y las emociones que lo acompañan es omnipresente en El Señor de los Anillos, donde esta otra dimensión coexiste con la visión segura del mundo. Así, destacan 21 escenas de separación o de amenaza de separación en los dos primeros Libros, 10 escenas en los libros III y IV; y se puede añadir que la segunda mitad del libro VI y el epílogo se centran en la separación progresiva de todos los miembros de la Comunidad y sus amigos… ¡o sea, 60 escenas de separación en total! Se hallan las inevitables separaciones debidas al ciclo de vida. Pero el dolor es moderado porque la separación física coexiste con la certeza de que permanecerá siempre en nuestro corazón, o que volveremos a verle, así ocurre con la muerte de aquellos que o bien no tienen relación demasiado íntima con los héroes, o mueren tarde en el ciclo de la vida. La muerte de los seres queridos impregna la novela con un sutil juego entre la evocación de los desaparecidos, las descripciones de la muerte de los héroes y de sus funerales y lo que yo llamaría la trampa de las «falsas muertes»: la de Frodo en tres ocasiones, la de Gandalf en dos ocasiones, de Faramir, de Eowyn y de Pippin.
Sin embargo la tristeza se hace más intensa, incluso atroz o desesperada, cuando la separación parece definitiva, cuando no es deseada o cuando alcanza a seres queridos. Como la separación de Arwen y su padre: «Nadie presenció el último encuentro de ella y Elrond, pues subieron a las colinas y allí hablaron a solas largamente, y amarga fue aquella separación que duraría hasta más allá del fin del mundo.» (SdlA, Apéndice A). Así como cuando Sam cree que ha muerto Frodo, picado por Ella-Laraña: «y se inclinó hasta el suelo y se cubrió la cabeza con la capucha gris, mientras la noche le invadía el corazón, y no supo nada más» (SdlA LIVc.10).
Todos huérfanos
Las separaciones también se pueden vincular a la pérdida temprana de las figuras de apego. Bowlby fue el primer científico, en 1980, en haber estudiado el duelo en los niños, del que hasta entonces se habían ocultado la gravedad y el impacto. Destacó el impacto traumático de la pérdida de las figuras de apego en los niños pequeños. Estas pérdidas pueden dejar un trauma no resuelto en el funcionamiento del sujeto. En otras palabras, es posible sobrevivir a la desesperación, pero puede que permanezcan grietas.
La mayoría de los héroes de El Señor de los Anillos son huérfanos que han perdido a uno de sus padres (o a ambos) en la infancia, o han estado separados de manera (más o menos) temprana y duradera. Esta información se encuentra dispersa a lo largo de la narración o en los Apéndices. Frodo perdió a sus padres en un naufragio cuando era un niño. Aragorn tenía dos años cuando su padre fue asesinado en un ataque de Orcos y los índices en El Señor de los Anillos sugieren que su madre nunca se recuperó de esta pérdida, aunque cuidaba de él. Faramir y Boromir perdieron a su madre en su niñez: Faramir tenía 5 años y sólo conserva, según Tolkien, «un recuerdo de una dulce belleza lejana, y de su primer dolor». Éomer y Éowyn eran muy jóvenes cuando perdieron (con respectivamente 11 y 7 años) a su padre, muerto en un ataque de Orcos; su madre murió de pena poco después. La de Arwen fue herida durante un ataque de Orcos, mientras su hija aún era joven (a la manera de los Elfos, por supuesto): encontrará curación, dejando definitivamente la Tierra Media, es decir, abandonando a sus dos hijos y a Arwen, por lo que la dejó al cuidado de su propia madre y de su marido…
En consecuencia, advertimos las dificultades morales y relacionales que experimentan en su vida adulta Faramir y Éowyn, los cuales no sólo perdieron a un padre (o a ambos), sino que incluso fueron abandonados por la figura de apego que hubiera debido reemplazar a los difuntos: Denethor para Faramir y Théoden para Éowyn.
De Frodo a J.R.R. Tolkien
¡Obviamente, El Señor de los Anillos demuestra gran confianza en los demás y en el futuro! La mayoría de los personajes (Sam, Merry y Pippin, Aragorn y Arwen, Faramir y Eowyn) tienen un fin más bien feliz… pero El Señor de los Anillos también describe agudas heridas más o menos duraderas e incluso incurables. Así, dos personajes tienen un «fin» que nos conmueve y nos sorprende: Arwen y ante todo Frodo, portador de una herida física y psicológica incurable. Para encontrar alivio Frodo no tiene otra opción que la de partir con Bilbo, su sustituto paterno, con, por supuesto, Gandalf (ideal paterno), y en compañía de los Altos Elfos, de quienes Galadriel es la figura materna ideal. Frodo se marcha hacia los Puertos para llegar a un lugar de consuelo y curación eterna. Recordemos que en la teoría del apego, la figura de apego se convierte en Remanso de Seguridad cada vez que acudimos a ella en momentos críticos y angustiosos. Encontramos en ambas obras, la literaria (Tolkien) y la científica (Bowlby), las mismas palabras para expresar la idea de consuelo ante los traumas, el desamparo y el miedo.
Al observar la soledad de Frodo en medio del regocijo general o el fin solitario de Arwen, la psiquiatra infantil que soy no puede dejar de pensar en el niño desesperado que emerge en dos cartas escritas por J.R.R. Tolkien a su hijo Michael, después de la muerte de su esposa. En las que se describe a sí mismo «como un náufrago abandonado en una isla yerma bajo el cielo indiferente después del hundimiento de un gran barco», y recuerda «haber tratado de comunicar […] este sentimiento… después de la muerte de [su] madre» (1904), cuando tenía doce años «y haber agitado vanamente la mano en dirección al cielo diciendo: “Está tan vacío y frío.”». (En Cartas, N ° 332, se puede leer el extracto in extenso aquí.)
El niño enlutado en Tolkien, que nunca, porque así era en aquel entonces, pudo ser consolado o escuchado realmente, probablemente no pudo resolver el trauma repetido de la pérdida temprana de ambos padres. Sin embargo, tras la pérdida de su madre tuvo la suerte de encontrarse con otra figura de apego, el padre Francis. Fue más tarde, Edith (su futura esposa), la figura de apego de su vida adulta. ¿Quizás aquello le permitió mantener viva en él la capacidad de consolar a otros? Como, por ejemplo, consolando a su hijo por la pérdida de su juguete preferido (lo que representa un gesto de inmenso valor para un psiquiatra infantil); (Ver Roverandom) o al escribir en un género literario del que dijo: «Los cuentos de hadas, naturalmente, no son el único medio de renovación o de profilaxis contra el extravío».
Por lo tanto, El Señor de los Anillos, obra de toda una vida, fue escrito por un Tolkien adulto, admirablemente resiliente, capaz de amar, enseñar, crear, construir fuertes lazos de amistad y dar a sus lectores lo que es uno de los mejores trabajos de consuelo que existen en el mundo.